Au Congo, Gabón, Nigeria, Angola o Guinea Ecuatorial, es difícil descubrir para qué se utilizó el maná de petróleo. Pobreza, guerras civiles, el mantenimiento de regímenes dictatoriales en el poder, tal es el lamentable historial de explotación petrolera en África. El aceite precioso alimenta sobre todo una corrupción desenfrenada. En Congo-Brazzaville, el presidente Denis Sassou Nguesso ha creado una serie de empresas fachada que le han permitido malversar cientos de millones de dólares. Para ello, se beneficia de la experiencia occidental. Algunas empresas francesas y prestigiosos despachos de abogados han puesto su saber hacer al servicio de este saqueo a puerta cerrada. No se equivoque al respecto. La movilización de los países ricos (G8) a favor de África se parece ante todo a una operación de comunicación. El inquilino del Elíseo divierte a la galería con su impuesto a los billetes de avión, pero arde cariñosamente un puñado de regímenes cleptocráticos. George Walker Bush afirma atacar los puestos de avanzada de la tiranía, pero recibe a los peores dictadores en la Casa Blanca siempre que tengan algunos barriles para ofrecer. Tony Blair lucha para poner la deuda del continente en la pizarra mágica, pero hace la vista gorda ante el papel de los bancos británicos en el reciclaje de dinero procedente de la corrupción. Es hora de acabar con el baile de los hipócritas.
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