Émaravillados por el magnífico ballet rítmico de los bombarderos en el cielo, cautivados por los suntuosos juegos pirotécnicos de los misiles en la noche, no teníamos idea de que un diluvio de fuego caería sobre nosotros.
Nuestros ojos han visto y nuestros oídos han oído. Pero, nuestros lenguajes quedaron tácitos de complicidad. Entonces crepitaron las ametralladoras, tronaron los cañones, estallaron las bombas, en respuesta a nuestro silencio.
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