LLas eliciones obtienen su fuerza del miedo. Por eso siempre están sujetos a conflictos, exclusiones y guerras. Durante la propaganda, los religiosos matan en nombre de Dios. Pero estos prosélitos, embajadores de las “buenas nuevas”, en última instancia no son más que criminales disfrazados de santos. Sólo satisfacen su deseo de omnipotencia.
La religión es el opio del pueblo. Porque condiciona al individuo y lo encierra en un sistema de pensamientos obtusos. Da la ilusión de eliminar el sufrimiento existencial y actúa como analgésico para el sistema límbico.
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